27 enero 2013

Recuerdan a las víctimas del Holocausto




Retroceda usted a un tal día como hoy, 27 de enero, hace sesenta y ocho años. Ni aún los más viejos de la localidad recordarán nada de aquel día. Pero en tal fecha aconteció uno de los sucesos más trascendentes de la historia de la humanidad.


A principios del año 1945, las tropas soviéticas avanzaban victoriosas sobre los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, adentrándose por las regiones sureñas de Polonia. Allí, en el voivodato de Malapolska, conquistaron la bellísima ciudad medieval de Cracovia, con su castillo real y su catedral sobre la colina Wawel, donde las leyendas cuentan que un dragón vivía en una de sus cuevas.



Continuando en su avance y antes de llegar al monasterio de Jasna Gora, donde se venera la famosa virgen negra de Czestochowa, los soldados soviéticos tomaron la aldea de Brzezinka, que bien podría ser un lance más de la guerra sin más pena ni gloria que el recuento de los muertos y heridos de esa jornada. Pero fue precisamente allí, en aquella minúscula localidad aldeana, donde el mundo se conmocionó.


A las afueras de ese plácido lugar rústico se extendía un polígono de calles bien trazadas y barracones ordenados, en cuyo portón de entrada se podía leer un lema en alemán: «Arbeit macht frei». Los pocos y escogidos rusos que sabían alemán inmediatamente supieron traducirlo: «El trabajo hace libre». La libertad que se encontraron fueron esqueletos vivientes con pijamas de rayas, cadáveres desparramados, montones de cenizas humanas, unas cámaras con duchas de gas y unos hornos crematorios. Era un matadero industrial de seres humanos. Era el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau.


La sociedad presuntamente civilizada se espantó ante aquella aberración que dio en llamarse Holocausto, porque éste era un sacrificio antiguo en el que se quemaba a toda la víctima. Ahora y en esa instalación, junto con otras que se fueron descubriendo, se había intentado eliminar a la totalidad de los judíos, de los gitanos, de los homosexuales, de los discapacitados y de todos los demás sobrantes de la raza aria, pura e inmaculada. Para todos ellos se preparó la «Endlösung», o sea, la solución final, que aquel día de enero de hace más de medio siglo mostraba sus resultados como una realidad evidente.


La ONU acabó declarando ese día del descubriendo de aquel engendro como Día del Holocausto, con la intención de que jamás se repitiera aquella monstruosidad.

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