Carlos Brito está lejos de ser un típico CEO. No tiene un asistente personal, un coche de la compañía, ni siquiera su propio escritorio. Hasta fue reacio en aceptar su primer rol como CEO porque no entendía el “tema de la gente”. Pero hoy es la cabeza de AB Inbev, la cervecería número uno del mundo que se creó tras la oferta de 52 mil millones de dólares de Anheuser Bush para tomar control de InBev, y que hoy produce marcas reconocidas mundialmente como Stella Artois y Budweiser.
A Brito le precede la reputación de ser un ejecutivo metódico y pragmático, sin juegos, sin ceremonias y con una firme orientación hacia la reducción de costes, que ha dejado su marca en las diferentes empresas que lideró.
Los aviones privados y la cerveza gratis para los empleados eran un tema común en la empresa belga Interbrew hasta que en el 2004 se fusionó con Ambev, dirigida por Brito. Podemos entender mejor los orígenes de la reputación de Brito si miramos su pasado: nació en Río de Janeiro, se licenció en Ingeniería Mecánica en la Universidad Federal de Río de Janeiro y después cursó estudios en varias universidades de Estados Unidos para optar a realizar un MBA. Fue aceptado en varias, pero no podía pagarlo.
En eso momento entró en su vida el multimillonario inversor brasilero, Jorge Paulo Lemann. Ofreció pagar los estudios de Brito en Stanford, pidiendo a cambio sólo reportes periódicos de lo que ocurría en US, bajo la condición de que Brito en algún futuro le diera la misma oportunidad a otra persona.
Una vez finalizado su MBA, Brito trabajó en Shell Oil y Daimler Benz hasta 1989 cuando Lemann una vez más entró en juego y le ofreció un puesto en Brahma, una cervecera brasilera que acababa de adquirir. Así se introdujo Brito en el mundo cervecero.
Brahma se convirtió en AmBev cuando se fusionó con Antartica, y Brito tuvo varias posiciones en Finanzas, operaciones y ventas hasta ser declarado CEO en enero del 2004. Inicialmente lo vio como un retroceso ya que declaraba nunca haber entendido “el tema de la gente” y consideraba que las ventas eran la parte más importante de la empresa. Al rato se sorprendió al descubrir que disfrutaba al gestionar a la gente y llegó a comprender que ahí estaba la esencia de la empresa.
Como resultado de esta experiencia desarrolló un estilo de liderazgo muy particular basado en el “a más riesgo, mas recompensa”. Brito cree firmemente que debe concentrarse en las 250 personas, de los 85.000 empleados que trabajan en su empresa, que son los que realmente marcan la diferencia. Para atraer y retener a los mejores empleados, recompensa a los que más logran, y no necesariamente a los que están hace más tiempo.
Según Brito, inspirar a la personas ha llevado a los buenos resultados culturales y financieros en su empresa. “Una vez me preguntaron cómo construir una cultura de alto rendimiento. Nosotros aprendimos que uno tiene que tener un sueño, que se lo comunicas a la empresa, y que si es lo suficientemente poderoso, inspiras a la gente, la motivas y le das un sentido. Esa es la clave”.
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