La percepción de la llegada de un nuevo hijo no es igual en los hombres que en las mujeres: los primeros anuncian su futura paternidad y sus compañeros de trabajo no le escatiman enhorabuenas y parabienes. Ellas también reciben felicitaciones, pero a medida que avanza el embarazo, los interrogantes empiezan a planear en el ámbito laboral (¿alguien sustituirá a esa mujer durante su baja maternal? ¿su estado implica una pérdida de productividad? ¿qué hará cuando su hijo esté enfermo?). Más del 40% de las madres que ahora tienen entre 65 y 74 años sufrieron las consecuencias de su gestación, desde el cese de su actividad laboral hasta la pérdida de nuevas oportunidades o relegación a puestos secundarios.
El tiempo, lejos de mejorar las cosas, las ha empeorado. Según el estudio Fecundidad y trayectoria laboral de las mujeres en España, el 73% de las madres de entre 20 y 34 años ha tenido problemas en su trabajo, una cifra que aumenta siete puntos con la llegada de un segundo hijo. Las consecuencias inmediatas son el retraso de la maternidad y la disminución del número de vástagos, medidas que son más patentes entre las mujeres con mayor nivel educativo, con un empleo fijo y con aspiraciones laborales.
La demógrafa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Margarita Delgado, señaló ayer durante la presentación de estos resultados que “la tendencia a reducir el número de hijos alterará la pirámide de población. El relevo generacional se asegura con un promedio de 2,1 hijos por mujer, muy lejos del 1,38 actual”.
Y eso que la tasa está repuntando en los últimos años, ya que en 1996 era de 1,18 hijos por mujer, lo que se considera una fecundidad extremadamente baja. “La cuestión no es tanto el número de personas como la distribución, puesto que la relación entre las edades jóvenes y las adultas es fundamental para sostener las pensiones. La estructura está cambiando y vamos hacia un notable envejecimiento por la cúspide y un descenso de la natalidad en la base”, subrayó.
Pensiones en riesgo
Delgado aseguró que a corto plazo ni las pensiones ni el sistema de salud se van a ver afectados por el descenso de nacimientos, porque “la proporción de activos es muy elevada y los dependientes por la base son muchos menos que el segmento de 16 a 64 años. Pero de cara al futuro se habla de un retraso gradual de la edad de jubilación para adecuar las proporciones entre activos y dependientes”.
Las medidas promovidas por el Gobierno –como son el cheque bebé o las políticas de igualdad– son “aún insuficientes, pero al menos podrían contribuir a frenar la caída de la natalidad”.
Revertir esta situación implica a los poderes públicos, “a los que corresponde diseñar políticas más generosas”; al mundo de la empresa, “tanto a los empleadores como a los trabajadores, que deberán admitir que los hombres se tomen el permiso de paternidad y que lo compartan con la madre y posiblemente esta actitud deje de inclinar la balanza hacia el hombre a la hora de contratar a un nuevo empleado”, y al ámbito familiar, ya que “mientras no hay un reparto equitativo de las tareas domésticas, las mujeres tendrán menos tiempo para dedicárselo a su trabajo”.
Lo que queda claro para Margarita Delgado es que, “junto con Italia, tenemos las tasas más bajas de natalidad y somos los países de cola de la OCDE en cuanto a porcentaje de PIB que dedican al capítulo de familia e hijos”.
El trabajo mejora la salud femenina
La igualdad laboral en todos los aspectos aún no es una realidad, pero no trabajar es mucho peor para la salud femenina. Según el informe ‘El sexismo percibido como un determinante de salud en España’, presentado ayer en la Real Academia de Medicina, en un acto organizado en colaboración con el Instituto Novartis de Comunicación en Biomedicina, las mujeres que tienen un trabajo remunerado tienen mejor salud que las amas de casa. La razón es que junto con la independencia económica, el empleo ofrece oportunidades de desarrollar la autoestima y la confianza y para romper el aislamiento.
El informe, elaborado a partir de los datos de casi 11.000 mujeres extraídos de la Encuesta de Salud Española de 2006, concluye que las que sufren las consecuencias del sexismo padecen más hipertensión arterial, lesiones físicas, peor salud mental y fuman más, aunque muchas no reconocen la existencia de machismo en su ámbito familiar. La profesora Carme Borrell, de la Agencia de Salud Pública de Barcelona y autora principal del estudio, destacó que “las mujeres jóvenes de clase social más avanzada son las que más denuncian las situaciones de machismo, y el 53% de éstas confiesan que la discriminación la viven en su trabajo”.
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